miércoles, 29 de junio de 2016

Por los unos y los otros...

“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo.”

Párrafo inicial de "Historia de dos ciudades", novela histórica que Charles Dickens publicó en 1859. Describe la vida en el siglo XVIII, en la época de la Revolución Francesa.







Por las víctimas del atentado en el aeropuerto de Estambul.

Por todas las víctimas del ISIS, muertas o vivas.

Por los refugiados, por los desplazados, por los que ahora están a la deriva en una patera.

Por los que sufren hambre y sed. De alimentos y de justicia.

Por los marginados, los excluidos, todos aquellos a los que el sistema ha condenado a la periferia vergonzante con una frase: "Tú no vales".

Por las víctimas del racismo, la xenofobia y los ramalazos infames del nacionalismo.

Por los derechos humanos, que se están perdiendo entre marañas de corrupción, impunidad y privilegios.

Por la depravación del capitalismo salvaje, que está creando una nueva esclavitud, una creciente servidumbre de la gleba.

Por el siglo XXI, que se estrenó con dos inmensas torres cayendo y continúa en la misma línea: todo lo que era sólido parece desmoronarse.

Por la educación, mejor dicho por la falta de ella, que es el quid de toda esta catástrofe.



miércoles, 22 de junio de 2016

No pares, sigue, sigue

Dice esta madre en su carta: "Maldita sociedad esta que no sabe sino correr. Que solo se mide en resultados, que no tolera el fracaso, que no acepta sino a quienes ella ha moldeado y considera merecedores de unos resultados que solo ella otorga o deniega. Qué pena de infancia, relegado el tiempo de los niños solo a la jornada escolar y a un sinfín de estímulos a través de extraescolares y vivencias dirigidas. Todo destinado a tener niños que no paren nunca. Niños hiperestimulados, niños compitiendo, niños en constante carrera… Carrera que a veces presenta más obstáculos de los que debiera, en un intento de ser competitivos y sobresalir, para asegurar unos futuros resultados y posiciones." 

Posiciones que, en la mayoría de los casos, no son más que zanahorias en la punta de un palo seco. Y, entretanto, la Universidad y el mercado laboral llevando esta vorágine hasta el extremo. Hasta que la gente se ponga de acuerdo para gritar al unísomo "¡El emperador va desnudo!"

http://elpais.com/elpais/2016/06/20/actualidad/1466424654_095954.html


 

viernes, 3 de junio de 2016

Paul en Madrid

Maravilloso. Amazing. Para vivir, para cantar, para recordar, para contárselo a los nietos: "Yo estuve allí, disfrutando como una loca". Tres horas de un espectáculo inmenso, con canciones que son la banda sonora del siglo XX. Y la presencia escénica de un increíble Paul McCartney que, a su casi 74 años, nos puso los pelos de punta y nos hizo añorar el Yesterday en todo el gran sentido de la palabra y la canción.



Nostalgia, sí, pero aggiornada. Si Lennon levantara la cabeza estaría feliz y satisfecho porque The Beatles son historia y siguen sonando hoy para un público de hoy. Gracias a la tecnología y a la creatividad de un equipo galáctico del que ha sabido rodearse "Macca" para homenajear 60 años de su trayectoria vital que, en parte, es también la nuestra.

Casi 51 años atrás, Paul McCartney visitó por primera vez España y llevaba más de una docena de años sin venir. Llegó a Madrid en el meridiano de una gira, "One to one", que comenzó el 13 de abril en Fresno (Estados Unidos), siguió por Canadá y Argentina y ahora se encuentra en la etapa europea, que sólo incluye ocho países. Serán 34 actuaciones en total, en las que McCartney interpretará más de 40 títulos, todos exquisitamente escogidos dentro de un repertorio interminable.





"Las canciones de The Beatles recorren su camino de clásico con la misma frescura del día en que nacieron", escribe un crítico y es la pura verdad. Pero con una vuelta de tuerca que las convierte en actuales, para que las canten y bailen por igual abuelos y nietos. "Algunos no lo entenderán, pero acompañarle durante el «na na na nana nanana, hey jude», es un momento mágico", apunta otro crítico y lo clava. Así es. Y habrá quienes lo vivan saltando de alegría y otros con lágrimas en los ojos.



Porque suenan una a una las melodías grabadas a fuego en el imaginario colectivo. Paul acierta cien por cien en esta relectura de los clásicos, producida con la fuerza increíble de las últimas tecnologías en sonido, imagen, iluminación y despliegue instrumental.

Mención especial para el derroche de creatividad visual del multimedia al servicio de las buenas causas: la historia que denuncia Blackbird, la reivindicación del papel de la mujer en la sociedad de hoy, el recuerdo de la discapacidad a través del lenguaje de signos, la denuncia política, el hermanamiento de las banderas al regresar para los bises... En este "One to one" hay mensaje, hay ideología y mucha, mucha calidez y calidad. A sus años, Paul McCartney deja clara su posición frente al pasado (entrañable la nostálgica "canción electrónica", con su Olivetti y su teléfono girando en verde neón), al tiempo que disfruta del presente y transmite buenas ondas para el futuro.



El público responde. Somos más de 40.000 y tanta garganta puede con todo. Hasta con la traca de fuegos de artificio con que culmina un show que ha ido in crescendo, combinando el rock y la balada, la banda poderosa y la voz en solitario. Ya fuera a la guitarra, al bajo o al piano, incluso al ukelele, en formato eléctrico o acústico, su dominio del escenario es absoluto.

Así es. Uno de los grandes. Había que vivirlo en vivo y en directo. Se nos hizo corto. Cuando el sonido cesó y las luces se apagaron, nadie quería marcharse. Estábamos como anclados por una fuerza evocadora; abstraídos en una ceremonia que seguía flotando en la atmósfera mientras volaban por el cielo de la medianoche madrileña millones de papelitos. Rojos y amarillos.