lunes, 28 de abril de 2014

Si






Si puedes conservar tu cabeza,
cuando a tu alrededor todos la pierden y te cubren de reproches.
Si puedes tener fe en ti mismo, cuando duden de ti
los demás hombres y ser igualmente indulgente con su duda.
Si puedes esperar y no sentirte cansado con la espera.
Si puedes, siendo blanco de falsedades, no caer en la mentira,
y, si eres odiado, no devolver el odio, sin que te creas,
por eso, ni demasiado bueno, ni demasiado cuerdo.

Si puedes soñar sin que los sueños imperiosamente te dominen.
Si puedes pensar sin que los pensamientos sean tu objeto único.
Si puedes enfrentarte al triunfo y al fracaso,
y tratar de la misma manera a esos dos impostores.
Si puedes aguantar que a la verdad por ti expuesta
la veas retorcida por los pícaros, para convertirla en lazo de los tontos.
O contemplar que las cosas a que entregaste tu vida se han deshecho,
y agacharte y construirlas de nuevo, ¡aunque sea con gastados instrumentos!

Si eres capaz de juntar, en un solo haz, todos tus triunfos
y arriesgarlos, a cara o cruz, en una sola vuelta.
Y si perdieras, comenzar otra vez como cuando empezaste.
¡Y nunca más exhalar una palabra sobre la pérdida sufrida!
Si puedes obligar a tu corazón, a tus fibras y a tus nervios
a que te obedezcan, aun después de haber desfallecido.
Y que así se mantengan, hasta que en ti no haya otra cosa
que la voluntad gritando: ¡persistid, es la orden!

Si puedes hablar con multitudes y conservar tu virtud
o alternar con reyes y no perder tus rasgos habituales.
Si nadie, ni enemigos, ni amantes amigos pueden causarte daño.
Si todos los hombres pueden contar contigo, pero ninguno demasiado.
Si eres capaz de llenar el inexorable minuto
con el valor de los sesenta segundos de la distancia final...

Tuya será la tierra y cuanto ella contenga
y -lo que vale más- ¡serás un hombre, hijo mío!

Rudyard Kipling

domingo, 27 de abril de 2014

Tus hijos no son tus hijos







Tus hijos no son tus hijos
son hijos e hijas de la vida
deseosa de sí misma.

No vienen de ti, sino a través de ti
y aunque estén contigo
no te pertenecen.

Puedes darles tu amor,
pero no tus pensamientos,
pues ellos tienen sus propios pensamientos.

Puedes abrigar sus cuerpos,
pero no sus almas,
porque ellas viven en la casa del mañana,
que no puedes visitar ni siquiera en sueños.

Puedes esforzarte en ser como ellos,
pero no procures hacerlos semejantes a ti,
porque la vida no retrocede,
ni se detiene en el ayer.

Tú eres el arco del cual tus hijos,
como flechas vivas, son lanzados.

Deja que la inclinación
en tu mano de arquero
sea para la felicidad.

Gibran Khalil Gibran.

lunes, 21 de abril de 2014

"Lo único que me duele de morir, es que no sea de amor"




  
No le dijo a nadie que se iba, no se despidió de nadie, con el hermetismo férreo con que sólo le reveló a la madre el secreto de su pasión reprimida, pero a la víspera del viaje cometió a conciencia una locura última del corazón que bien pudo costarle la vida. Se puso a la medianoche su traje de domingo, y tocó a solas bajo el balcón de Fermina Daza el vals de amor que había compuesto para ella, que sólo ellos dos conocían y que fue durante tres años el emblema de su complicidad contrariada. 


Lo tocó murmurando la letra, con el violín bañado en lágrimas, y con una inspiración tan intensa que a los primeros compases empezaron a ladrar los perros de la calle, y luego los de la ciudad, pero después se fueron callando poco a poco por el hechizo de la música, y el valse terminó con un silencio sobrenatural. El balcón no se abrió, ni nadie se asomó a la calle, ni siquiera el sereno que casi siempre acudía con su candil tratando de medrar con las migajas de las serenatas.




El acto fue un conjuro de alivio para Florentino Ariza, pues cuando guardó el violín en el estuche y se alejó por las calles muertas sin mirar hacia atrás, no sentía ya que se iba la mañana siguiente, sino que se había ido desde hacía muchos años con la disposición irrevocable de no volver jamás."


"Lo único que me duele de morir, es que no sea de amor". 
 El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez. 
Adiós, Gabo.

miércoles, 9 de abril de 2014

El desempleo, esa enfermedad autoinmune

Terminal 4 de Barajas. Aún es pronto y los pocos viajeros se agolpan en los dos únicos mostradores de Iberia abiertos al público. En un rincón oscuro, el empaquetador de maletas ofrece su protección plástica sin demasiada convicción.

Como dicen los magos, nadie por aquí, nadie por allá. No hay personal de tierra para informar, para organizar, para solucionar. La gente deambula, sonámbula de madrugón y agorafobia. De tan enorme y vacío, el aeropuerto parece una ciudad fantasma.

De pronto, una voz metálica reclama mi atención. ¿De dónde proviene? Me acerco a una larga hilera de mostradores vacíos. Acaban de pasar tres operarios de uniforme... han hecho una broma y un personaje siniestro les ha devuelto una sonrisa falsa y una mirada de reojo. Y ha arrancado a hablar. Primero en inglés, claro, luego en español.


Me le quedo mirando, como atontada. Estoy frente a frente y él me habla. Es un guapo informador holográfico. Delgado como una plancha de cartón.


Este empleado virtual es el sueño de todo empresario: trabaja sin descanso 24 horas al día, no se enferma, siempre tiene buena cara y mejor voz, no se afilia a un sindicato y, lo mejor de todo, no cobra sueldo alguno, no cotiza a la Seguridad Social, no se jubila. Se desguaza.

Es el complemento perfecto para la antipática costumbre española del self-service. Ya sabes: Ahora todo tienes que hacértelo tú mismo. Ellos sólo te cobran: en la gasolinera, en el hipermercado, en IKEA, en Decathlón... Incluso la factura y el pago tienes que procesarlos tú mismo. (En Londres, los pasajeros ya pueden hacer su propio control de pasaportes y entrar al país, como quien entra al Metro, una vez introducido el pasaporte por la ranura correspondiente y después de mirar a la cámara web que toma una foto en el ángulo adecuado.)

Esta tendencia nos está llevando al suicidio colectivo en términos económicos. Por una parte, porque el consumidor está ya muy harto del maltrato y del des-trato. Y no le apetece consumir. Comprar se ha convertido en un tormento. Por otro lado, cada hijo de vecino antes de ser consumidor debe ser trabajador. Sin salario, nada gastas. Así de simple.Pero la casta empresarial (nacional y multinacional) no parece darse por aludida.

El desempleo ya no es un problema económico. Se está convirtiendo en una enfermedad social de carácter autoinmune.

Dice la Wikipedia que la enfermedad autoinmune está causada por el propio sistema inmunitario, que ataca a las células del mismo organismo. "En este caso, el sistema inmunitario se convierte en el agresor y ataca partes del cuerpo, en vez de protegerlas." Una confusión letal.

Si aplicamos esta teoría a la sociedad en su conjunto, como si se tratase de un organismo vivo, podemos concluir que el desempleo es una forma de suicidio lento, que a la postre nos lleva a la muerte por inanición, por agotamiento, por extrema debilidad.

No se puede prescindir de la mano de obra humana ad infinitum. No se puede fabricar - y mucho menos dar servicio - sin empleados. La perniciosa espiral de la reducción de costes tendrá que detenerse alguna vez. Porque es tan ilusoria como la utopía del crecimiento ilimitado. Y más peligrosa, si se quiere, porque vacía por igual bolsillos y entusiasmos. No hay que olvidar que la energía que alimenta la economía es humana, no robótica. Y los humanos (todavía) nos movemos por expectativas, emociones y deseos. Una economía cancerígena no puede sustentar una sociedad saludable. Acaba transmitiéndole su enfermedad autoinmune.