Cuando abandonó su casa por segunda vez, no dio gritos ni estalló la puerta.
Peor aún, su alma masculló la maldición del amante despechado: "No conocerás ni a mis hijos ni a mis nietos. Morirás antes que yo y no dejaré que nadie de mi sangre vele tus escombros. Morirás sin mí y sin mis descendientes."
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