"Cuando descubrí la verdadera historia
del Hombre de Barro tenía diez años. Estaba en casa,
enferma. Eran las paperas, creo, una de esas enfermedades de la niñez que
obligan a pasar semanas de aislamiento. Yo debía de estar quejosa e
insoportable, porque la sonrisa comprensiva de mi madre se había convertido en un
rictus estoico. Un día, tras permitirse un breve paseo por la calle
principal, regresó con renovado optimismo, y me entregó un ajado libro pedido
en la biblioteca.
- Creo que
te entusiasmará -dijo con cautela-. Tal vez sea para lectores un poco mayores que
tú, pero eres una niña inteligente; estoy segura de que con un poco de esfuerzo
podrás comprenderlo. Aunque es bastante largo comparado con los libros que
acostumbras a leer, te recomiendo que perseveres.
Es probable
que como respuesta yo tosiese de un modo autocompasivo, sin saber que estaba a
punto de cruzar un significativo umbral del cual no habría retorno; que en mis
manos descansaba un objeto cuya modesta apariencia ocultaba un enorme poder.
Todo verdadero lector posee un libro, un momento, como el que describo; el mío
fue ese ajado volumen de la biblioteca que mi madre me ofreció aquel día.
Porque a pesar de que entonces no lo sabía, después
de sumergirme por completo en El hombre de Barro la
vida real no sería capaz de competir con la ficción. Desde entonces le he
estado muy agradecida a la señorita Perry. Tal vez cuando puso la novela sobre
el mostrador, instando a mi pobre madre a que se la llevara, me confundió con
una niña mucho mayor, o bien vislumbró mi alma y detectó un vacío que debía ser
llenado. Siempre he preferido inclinarme por esta última opción. Al
fin y al cabo, el verdadero propósito de un bibliotecario es reunir a cada
libro con su único y verdadero lector.
Abrí
la cubierta amarillenta y desde el primer capítulo, donde
se describe el despertar del Hombre de Barro en el foso oscuro y
brillante, el terrible instante en que su corazón comienza a latir, me cautivó.
Mis nervios se estremecieron de placer. mi piel se ruborizó, mis dedos
temblaron con entusiasmo al dar la vuelta a las páginas, gastadas en la
esquina donde los dedos de innumerables lectores se había detenido antes que
los míos. Viajé a lugares magníficos y aterradores sin movermedel sillón
repleto de pañuelos de papel en el comedor de la casa suburbana de mi
familia. El Hombre de Barro me mantuvo atrapada durante días;
mi madre volvió a sonreír, mi rostro hinchado volvió a la normalidad, y mi
futuro comenzó a forjarse".
Las horas distantes. Kate Morton. Traducción
Luisa Borosvsky. Santillana, Madrid, 2012
Agradezco a Isabel Martínez Hervás que compartiera conmigo este fragmento.
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