Aldebarán es una hermosa estrella que me recuerda a mi niñez. Con mi abuelo jugábamos con las palabras, buscábamos las que sonaban más bonitas. Quizás de entonces me quedó cierta predilección por las que comienzan por "Al"... como Aldebarán, algarabía, aljibe, alhucema...
A raíz de ese juego, la irrupción de Aldebarán se convirtió en otro desafío: localizar estrellas fugaces en las hermosas noches de Villa Allende. Las contábamos mientras disfrutábamos del frescor del césped recién regado, del pino majestuoso, del perfume de tantas y tantas flores. Eran tiempos en los que las pantallas no nos quitaban la vida real, la emoción real, la percepción real de un mundo real.
Uno de esos días, como Aldebarán perduraba aún en nuestras charlas, mi abuelo me leyó una poesía que he localizado hoy para saborearla. Pertenece a Miguel de Unamuno. Comparto algunos fragmentos, ilustrados por fotos que he tomado en distintos espacios naturales.
"Aldebarán es la estrella más brillante de la constelación de Tauro y la decimotercera más brillante del cielo nocturno. De color rojo anaranjado, junto a Sirio y Arturo, permitió a Edmund Halley descubrir el movimiento propio de las estrellas mediante la comparación de sus posiciones de entonces con las que figuraban en los catálogos antiguos", se puede leer en la Wikipedia.
Dedico este post a Sándalo Compañía de Danza, que me ha permitido recordar un trozo de mi infancia.
Y, como homenaje de urgencia, subrayo una pregunta, tomándome - eso sí - la licencia de cambiar una letra: "¿Te duele, dime, el dolor de Siria, Aldebarán?"
ALDEBARÁN. Miguel de Unamuno
Rubí encendido en la divina frente,
Aldebarán,
lumbrera de misterio.
Perla de luz en sangre,
¿cuántos días de Dios viste a la tierra,
mota de polvo,
rodar por los vacíos,
rodar la tierra?
¿Viste brotar al sol recién nacido?
¿Le viste acaso, cual diamante en fuego,
soltarse del anillo
que fue este nuestro coro de planetas
que hoy rondan en su torno,
de su lumbre al abrigo,
como a la vista de su madre juegan,
pendientes de sus ojos,
confiados los hijos?
¿Eres un ojo del Señor en vela,
aunque siempre despierto,
un ojo escudriñando las tinieblas
y contando los mundos
de su rebaño?
¿Le falta acaso alguno?
¿O alguno le ha nacido?
Y más allá de todo lo visible,
¿qué es lo que hay del otro lado del espacio?
Allende el infinito,
di, Aldebarán, ¿qué resta?
¿Dónde acaban los mundos?
¿Todos van en silencio, solitarios,
sin una vez juntarse;
todos se miran a través del cielo
y siguen, siguen,
cada cual solitario en un sendero?
¿No anhelas, di, juntarte tú con Sirio
y besarle en la frente?
¿Es que el Señor un día
en un redil no ha de juntar a todas
las celestes estrellas?
¿No hará de todas ellas
una rosa de luz para su pecho?
¿Qué amores imposibles
guarda el abismo?
¿Qué mensajes de anhelos seculares
trasmiten los cometas?
¿Sois hermandad? ¿Te duele,
dime, el dolor de Sirio,
Aldebarán?
Si es tu alma lo que irradia con tu lumbre,
lo que irradia, ¿es amor?
¿Es tu vida secreto?
¿O no quieres decir nada en la frente
del tenebroso Dios?
¿Eres adorno y nada más que en ella
para propio recreo se colgara?
¿Siempre, solo, perdido en lo infinito,
Aldebarán,
perdido en la infinita muchedumbre
de solitarios…
sin hermandad?
¿O sois una familia que se entiende,
que se mira los ojos,
que se cambia pesares y sentires
en lo infinito?
¿Os une acaso algún común deseo?
Como tu haz nos llega, dulce estrella,
dulce y terrible,
¿no nos llega de tu alma el soplo acaso,
Aldebarán?
Aldebarán, Aldebarán ardiente,
el pecho del espacio,
di, ¿no es regazo vivo,
regazo palpitante de misterio?
¡Tú sigues a las Pléyades
siglos de siglos,
Aldebarán,
y siempre el mismo trecho te mantienen!
Estos mismos lucientes jeroglíficos
que la mano de Dios trazó en el cielo
vio el primer hombre,
y siempre indescifrables,
ruedan en torno a nuestra pobre tierra.
Su fijidez que salva
el cambiar de los siglos agorero
es nuestro lazo de quietud, cadena
de permanencia augusta;
símbolo del anhelo permanente
de la sed de verdad nunca saciado
nos son esas figuras que no cambian,
Aldebarán.
De vosotros, celestes jeroglíficos,
en que el enigma universal se encierra,
cuelgan por siglos
los sueños seculares;
de vosotros descienden las leyendas
brumosas, estelares,
que cual ocultas hebras
al hombre cavernario nos enlazan.
Él, en la noche de tormenta y hambre,
te vio, rubí impasible,
Aldebarán,
y loco, alguna vez, con su ojo en sangre,
te vio al morir,
sangriento ojo del cielo,
ojo de Dios,
¡Aldebarán!
¿Y cuando tú te mueras?
¿Cuando tu luz al cabo
se derrita una vez en las tinieblas?
¿Cuando frío y oscuro
el espacio sudario
ruedes sin fin y para fin ninguno?
Este techo nocturno de la tierra
bordado con enigmas,
esta estrellada tela
de nuestra pobre tienda de campaña,
¿es la misma que un día vio este polvo
que hoy huellan nuestras plantas
cuando en humanas frentes
fraguó vivientes ojos?
¡Hoy se alza en remolino
cuando el aire lo azota
y ayer fue pechos respirando vida!
Y ese polvo de estrellas,
ese arenal redondo
sobre que rueda el mar de las tinieblas,
¿no fue también un cuerpo soberano,
sede no fue de un alma,
Aldebarán?
¿No lo es aún hoy, Aldebarán ardiente?
¿No eres acaso, estrella misteriosa,
gota de sangre viva
en las venas de Dios?
(...)
tus hijos de silencio,
aquellos en que diste tus entrañas
van en silencio y solos
pasando por delante de las casas,
mas sin entrar en ellas,
pues los miran pasar como si fuesen
mendigos que molestan, no los llaman;
(...)
De eternidad es tu silencio prenda.
¡Aldebarán!
(...)
y me quedo pensando:
hay que aceptar la vida… ¡a lo que caiga!
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