miércoles, 9 de abril de 2014

El desempleo, esa enfermedad autoinmune

Terminal 4 de Barajas. Aún es pronto y los pocos viajeros se agolpan en los dos únicos mostradores de Iberia abiertos al público. En un rincón oscuro, el empaquetador de maletas ofrece su protección plástica sin demasiada convicción.

Como dicen los magos, nadie por aquí, nadie por allá. No hay personal de tierra para informar, para organizar, para solucionar. La gente deambula, sonámbula de madrugón y agorafobia. De tan enorme y vacío, el aeropuerto parece una ciudad fantasma.

De pronto, una voz metálica reclama mi atención. ¿De dónde proviene? Me acerco a una larga hilera de mostradores vacíos. Acaban de pasar tres operarios de uniforme... han hecho una broma y un personaje siniestro les ha devuelto una sonrisa falsa y una mirada de reojo. Y ha arrancado a hablar. Primero en inglés, claro, luego en español.


Me le quedo mirando, como atontada. Estoy frente a frente y él me habla. Es un guapo informador holográfico. Delgado como una plancha de cartón.


Este empleado virtual es el sueño de todo empresario: trabaja sin descanso 24 horas al día, no se enferma, siempre tiene buena cara y mejor voz, no se afilia a un sindicato y, lo mejor de todo, no cobra sueldo alguno, no cotiza a la Seguridad Social, no se jubila. Se desguaza.

Es el complemento perfecto para la antipática costumbre española del self-service. Ya sabes: Ahora todo tienes que hacértelo tú mismo. Ellos sólo te cobran: en la gasolinera, en el hipermercado, en IKEA, en Decathlón... Incluso la factura y el pago tienes que procesarlos tú mismo. (En Londres, los pasajeros ya pueden hacer su propio control de pasaportes y entrar al país, como quien entra al Metro, una vez introducido el pasaporte por la ranura correspondiente y después de mirar a la cámara web que toma una foto en el ángulo adecuado.)

Esta tendencia nos está llevando al suicidio colectivo en términos económicos. Por una parte, porque el consumidor está ya muy harto del maltrato y del des-trato. Y no le apetece consumir. Comprar se ha convertido en un tormento. Por otro lado, cada hijo de vecino antes de ser consumidor debe ser trabajador. Sin salario, nada gastas. Así de simple.Pero la casta empresarial (nacional y multinacional) no parece darse por aludida.

El desempleo ya no es un problema económico. Se está convirtiendo en una enfermedad social de carácter autoinmune.

Dice la Wikipedia que la enfermedad autoinmune está causada por el propio sistema inmunitario, que ataca a las células del mismo organismo. "En este caso, el sistema inmunitario se convierte en el agresor y ataca partes del cuerpo, en vez de protegerlas." Una confusión letal.

Si aplicamos esta teoría a la sociedad en su conjunto, como si se tratase de un organismo vivo, podemos concluir que el desempleo es una forma de suicidio lento, que a la postre nos lleva a la muerte por inanición, por agotamiento, por extrema debilidad.

No se puede prescindir de la mano de obra humana ad infinitum. No se puede fabricar - y mucho menos dar servicio - sin empleados. La perniciosa espiral de la reducción de costes tendrá que detenerse alguna vez. Porque es tan ilusoria como la utopía del crecimiento ilimitado. Y más peligrosa, si se quiere, porque vacía por igual bolsillos y entusiasmos. No hay que olvidar que la energía que alimenta la economía es humana, no robótica. Y los humanos (todavía) nos movemos por expectativas, emociones y deseos. Una economía cancerígena no puede sustentar una sociedad saludable. Acaba transmitiéndole su enfermedad autoinmune.



No hay comentarios: