jueves, 20 de febrero de 2014

La rana hervida


















Había una vez una cazuela llena de agua, en cuyo interior nadaba tranquilamente una rana. La cazuela se está calentando a fuego lento. Al cabo de un rato, el agua está tibia. A la rana le resulta agradable, y sigue nadando. La temperatura empieza a subir. Ahora el agua está caliente. Un poco más de lo que le gustaría a la rana. Pero ella no se inquieta. Además, el calor siempre le produce algo de fatiga y somnolencia.

Ahora el agua está caliente de verdad. A la rana empieza a parecerle desagradable. Lo malo es que se encuentra sin fuerzas, así que se limita a aguantar y no hace nada más. Así, la temperatura del agua sigue subiendo poco a poco, nunca de una manera acelerada, hasta el momento en que la rana acaba hervida y muere sin haber realizado el menor esfuerzo para salir de la cazuela.

Si la hubiéramos sumergido de golpe en un recipiente con el agua a cincuenta grados, ella se habría puesto a salvo de un enérgico salto.

El autor, Oliver Clerc, asegura: “Lo que nos enseña la alegoría de la rana es que siempre que existe un deterioro lento, tenue, casi imperceptible, la mayoría de las veces no suscita reacción, ni oposición, ni rebeldía. Tan solo una conciencia muy aguda o una memoria excelente permiten darse cuenta de ello, o bien un patrón de referencia que haga posible valorar el estado de la situación.”

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